El 11 de febrero de 2013 Benedicto XVI dejó el papado
Dio una lección de humildad al mundo al reconocer que ya no podía con el cargo.
Benedicto XVI, de natural tímido y discreto, dio hace un año al mundo su lección "más revolucionaria" al anunciar, en plenas facultades mentales, su renuncia al pontificado por su edad avanzada y la falta de fuerzas "para ejercer adecuadamente el ministerio petrino".
Durante un consistorio de cardenales Benedicto XVI, entonces de 85 años, explicó que "para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado", según se pronunció en latín.
Además de la cascada de escándalos en el seno de la Iglesia que se sucedieron durante su pontificado, como buen sajón y con la humildad que siempre ha caracterizado al que los expertos consideran el mejor teólogo católico vivo, Benedicto XVI soportó con estoicismo 24 largos viajes plagados de actos e interminables ceremonias litúrgicas ataviado con pesadas mitras y casullas.
Unos ropajes, muchos de ellos centenarios, que ha desechado el papa Francisco nada más inaugurar su pontificado.
En sus últimas apariciones a nadie se le escapaba que Benedicto XVI estaba agotado, apenas lograba caminar, debía ser sujetado por dos sacerdotes para subir o bajar los escalones del altar de San Pedro, hasta la lectura de sus bellas homilías o los saludos en ocho idiomas tras El Ángelus delataban una voz arrastrada y temblorosa.
Un grito de rebelión y de humildad, como humilde fue la decisión del papa emérito de permanecer "oculto al mundo" y lejos del cónclave que elegiría a su sucesor en la residencia estival de los pontífices de Castel Gandolfo, a unos 30 kilómetros de Roma, que tanto disfrutó y amó.